Este suceso, que junto con el de “El Niño de La Guardia” (Toledo) y el de “Santo Dominguito del Val” (Zaragoza), forma lo que se ha dado a conocer como mitos de losniños mártires, muy típicos en la Europa medieval. Algunos historiadores incluso mencionan el caso de “El Niño de La Guardia” como causa inmediata para que los Reyes Católicos firmaran el decreto de expulsión de los judíos, entrando ese niño, rápidamente en el santoral y generalizándose su devoción con representaciones artísticas.
Durante la Edad Media fue estuvo bastante extendida la acusación a los judíos del sacrificio ritual de niños cristianos. Según las creencia cristiana popular se les torturaba imitando los castigos por los que había pasado Jesús por lo que la fecha idónea para realizarlos según estas creencias era durante Semana Santa o en Navidad, como si de una posible renovación de la muerte de Cristo fuese. Cualquier indicio de un niño desaparecido y/o secuestrado durante esas fechas se convertía en asaltos o violencia sobre los barrios judíos.
Estos tres episodios no han sido excepcionales, pues se tiene constancia de otros casos a lo largo de toda la geografía peninsular y periódicamente las turbas se dedicaban a llevar a cabo estas matanzas cuando, por el motivo que fuese, se necesitaba un chivo expiatorio a quien cargar la culpa de lo que hubiera sucedido: desde desastres naturales a sacrificios infantiles imaginarios. Y a pesar de que las matanzas han dejado de celebrarse, el testimonio de la sangre de niños martirizados pervive aún en el fervor religioso popular.
El caso de “El Niño de Sepúlveda”, debe situarse además en un ambiente de desconfianza como era el de la guerra civil que vivía Castilla entre el Rey Enrique IV y su hermano Alfonso y que afectó directamente a la villa de Sepúlveda, con enfrentamientos entre los partidarios de uno y de otro, que pudieron ser el antecedente de la acusación y revuelta contra la comunidad judía del municipio.
El cronista Diego de Colmenares en su Historiade la insigne Ciudad de Segovia (1637), transmite el suceso:
Celebrábase tranquilamente por los cristianos la Navidad de 1468 cuando vino a turbar su quietud la irritante nueva de que los judíos de la Aljama de Sepúlveda, aconsejados por su rabino, Salomón Picho, habíanse apoderado de un niño cristiano, y llevándole a un muy secreto lugar, cometido en él todo linaje de injurias y violencias. Al fin, poniéndole en una cruz, habíanle dado muerte, a semejanza de la que al Salvador impusieron sus antepasados. Divulgado en tal forma el hecho, llegó luego a conocimiento del Obispo de Segovia, Don Juan Arias Dávila, judío converso, hijo del Contador Mayor de Enrique IV. Fiel a la política de los neófitos, apretó don Juan en el castigo de tal manera que, conducidos a Segovia los acusados, fueron hasta dieciséis entregados a las llamas, y puestos los restantes en la horca, después de ser arrastrados. No satisfizo, sin embargo, tan duro castigo a los moradores de Sepúlveda. Así, tomando las armas, al saber que el obispado se contentaba con tan poco, dieron de rebato sobre la judería, inmolando en sus propias casas a la mayor parte de sus moradores. Salváronse algunos en la fuga; pero al buscar asilo en las cercanas villas y aldeas, llevaban delante de sí la fama de su crimen, que despertaba en todas partes análogas sospechas y acusaciones.
Curiosamente, al contrario de lo sucedido con los dos casos de niños mártires nombrados al principio, el niño que murió en Sepúlveda no ha sido objeto de culto, ni siquiera en su lugar natal, y tan sólo en un retablo barroco dedicado a San Blas, de la catedral de Segovia, existe una representación pictórica, tan poco importante que su imagen está tomada directamente de la de “Santo Dominguito del Val” .
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