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lunes, 14 de noviembre de 2011

La Judería de Madrid (II): El Avapiés

Lo complicado de la comunidad judía de Madrid antes del siglo XIV es situar dónde pudo ubicarse. Como hablamos en la entrada anterior, hay autores que localizan una de las aljamas en torno a la plaza de la Cebada, otros o tal vez la misma, en los alrededores de la plaza de Tirso de Molina, otros autores sitúan la judería u otra judería en torno a Puerta Cerrada, y su perímetro lo formarían las calles Concepción Jerónima, Tintoreros y la plaza de Santa Cruz, donde se sitúa el ministerio de Asuntos Exteriores.Y otros en los aledaños del antiguo Alcázar Árabe (donde hoy estaría la plaza de Oriente y la plaza de Armas del Palacio Real).


El escritor asturiano Juan Antonio Cabezas en su  libro “Madrid y sus judíos” sitúa la que pudiera considerarse como la primera judería madrileña en el entonces llamado “Campillo de la Manuela” quue muy probablemente correspondería hoy a la plaza Campillo del Mundo Nuevo y sus alrededores como las empinadas calles de Carlos Arniches, Mira El Río Baja, Arganzuela y la de Mira El Sol. Es decir, en la zona baja del bullicioso mercadillo callejero conocido como Rastro Madrileño, que todos domingos se puebla de comercios a pie de calle con venta de ropa, muebles, rarezas y objetos de todo tipo, y tenderetes de música o libros y revistas o variedades, o álbumes de cromos. No sería entonces errar en atribuir en alguna medida al legado judío en la capital esa singularidad inequívocamente comercial, que contribuyeron a potenciar siglos atrás la población judía.

Como consecuencia de los mencionados hechos ocurridos en Sevilla (1391) y su rápida repercusión hacia el interior de la península, también en Madrid se obligó a los judíos a agruparse en zonas acotadas y claramente divisorias del resto de la ciudad. Y así se les obligó a concentrarse en el llamado, tan cercano, El Avapiés; hoy ejemplo de multiculturalidad social madrileña del Barrio de Lavapiés, muy próximo a la calle Atocha, y que baja desde la Plaza de Tirso de Molina y las calles Magdalena y Santa Isabel, como Embajadores a un costado.

Parece que el nombre de Lavapiés podría proceder de una fuente que había en la plaza, donde se hacía el lavado ritual de los pies antes de acudir al templo, aunque hemos de aclarar que esto es un dato que no corrobora la existencia de población judía, ya que los judíos no tienen por costumbre, a diferencia de los musulmanes, de lavarse los pies, es decir, realizar abluciones, antes de entrar en su templo. En cualquier caso, sí es cierto que en la plaza hubo una importante fuente hasta finales del siglo XIX.


Sobre el solar que hoy ocupa la triangular y peatonal plaza del mismo nombre, parece, según indica Juan Antonio Cabezas, se instaló la sinagoga principal; colindante a las actualmente mencionadas calle de la Fe, Salitre, Argumosa y Sombrerete. Es de suponer que por la vecindad con las calles antes aludidas en torno al Campillo del Mundo Nuevo, algunos vivieran ya en la zona obligada; a los que no, se les vendieron solares, obligándoles a vender sus antiguos domicilios y a instalarse en el actual Barrio de Lavapiés.



Ver Judería de Madrid en un mapa más grande


La actual Iglesia de San Lorenzo ocuparía el solar que antaño ocupaba la sinagoga, que se comunicaba con la plaza de Lavapiés a través de la calle que hoy se llama de la Fe, llamada entonces calle de la Sinagoga. En el año 1541 y tras la división de de la parroquia de Santa Cruz, nació la parroquia de San Sebastián. Dada su situación, esta parroquia fue una de las más importantes de la ciudad, por lo que el 21 de noviembre de 1662 se decide la creación de una iglesia anexa a la parroquia de San Sebastián para atender a la feligresía de Lavapiés, bajo advocación de San Lorenzo.




Se acotó así la población en una judería que podría denominarse claramente como Aljama de Madrid, y los mismos judíos tuvieron que levantar el cerco que circunscribió al recinto: Pudiera ser que desde la calle de Atocha y ocupando también las actuales Relatores y Cañizares; o muy posiblemente desde la Calle Magdalena y su prolongación Santa Isabel. Parte de esa abigarrada y vigorosa aljama de empinado trazo formaba la actual plaza de Tirso de Molina, y según algunos estudios, en lo que hoy corresponde a los Cines Ideal, se dispuso de otra Sinagoga.



Cerca de la calle del Salitre, en la ladera de Buena Vista, mirando al Santuario de Atocha, aparecieron vestigios de lo que pudo ser un cementerio hebreo (ya que no se encontraron en él objetos cristianos) previo a la expulsión de 1492. Los siglos han jugado en nuestra contra y han borrado los pocos vestigios que pudieran quedar, aunque tal vez con un futuro trabajo de tipo arqueológico en zonas como la calle de Atocha, calle Cañizares e incluso en la zona de Lavapiés pudieran aportar mucha más información.


Tal vez, a excepción de los médicos y algún notable, la aljama madrileña no  debía ser muy boyante, tal y como se deduce de la ley de Apartamiento que se promulga en 1481; va a tener que ser el Concejo el que deba aportar los medios materiales para ello. Existe un documento que nos dice:

“Otrosy, acordaron que, porque los judíos eran muy pobres e miserables y no tenían facultad para fazer casas e cercar el dicho su apartamiento, que la Villa les cerque de dos tapias en alto el dicho apartamiento.”

Además, los judíos madrileños contribuían de manera especial en todo tipo de derramas y tributos. Por ello, en 1482, ordenó el rey Don Fernando hacer un censo de judíos madrileños, “para cobrar dellos un castellano (480 maravedíes) de cada judío casado o biudo o biuda” para sufragar la guerra de Granada.

Hay constancia en varios documentos de algunos de los oficios que desempeñaban los judíos madrileños, por ejemplo, Abraén Cidre, carnicero que tenía una tabla de carne de vaca, Hayn Lerma, Mair de Curiel y Jucaf Barbaza, traperos y especieros, que obtuvieron licencia para vender fuera de los apartamientos, “que puedan tenerse sus tiendas e trato solamente de día en los lugares e tiendas do bien visto fuere al corregidor, tanto que de noche se vayan a los cercos y aparatamientos que tienen, a estar de noche con sus mugeres e hijos.”


Muchas familias judías vivieron en el barrio de Lavapiés hasta los días de la expulsión, en 1492. Sólo algunos judíos madrileños notables (especialmente los médicos) estaban autorizados a vivir fuera de Lavapiés, para que pudiesen auxiliar a sus enfermos durante la noche. La expulsión decretada por los Reyes Católicos dejó a Lavapiés y a Madrid sin judíos. Muchos años después, llegarían de nuevo algunos judíos de Lisboa, Egipto, Túnez y otros lugares de África.



Dicen quienes saben que el nombre de «Manolos» y «Manolas» procede precisamente de la propensión de los judíos conversos a ponerles a sus primogénitos el nombre de Manuel, con el que se bautizaron muchos judíos para escapar a la expulsión en 1492. Los nombres de «chulos» y «chulas» aseguran que no guardan un significado cercano parece que son palabras derivadas del árabe «chaul», que quiere decir muchacho y que se aplicaba a los auxiliares de los lidiadores de toros.

La denominación manolo y manola que se da a los castizos madrileños procedentes de Lavapiés, y rivalizaban con los chulapos y chulapas, procedentes éstos del barrio de Malasaña Hoy en día se suelen emplear ambos términos indistintamente para referirse a la gente vestida con el atuendo tradicional madrileño.






domingo, 30 de octubre de 2011

La Judería de Madrid (I).

No es que la Judería de Madrid fuese una de las más importantes de la península ibérica, es más, seguramente nunca tuvo una comunidad demasiado amplia. Aún así, he creído conveniente empezar por ella, por ser la que geográficamente me pilla más cerca.


Madrid  contó con una comunidad judía durante la edad media, aunque esta fuera una ciudad Musulmana. Fue la tolerancia del islam, la que a diferencia de la cristiana y la visigoda, fomentó que familias judías se ubicaran en lo que en su momento fue Mayrit o Magerit. Sin embargo, esto no son más que conjeturas, ya que no es hasta el 1053, antes de la conquista de la ciudad por  reyes castellanos, en la que encontramos una carta de un judío llamado Simeón Ibn Saúl, en la que escribía a su hermana para anunciarle el fallecimiento de dos judíos vecinos de Mayrit. Junto a esa carta, se conservan otras de naturaleza comercial, que certifican la existencia de una población judía estable en Madrid, y además constata una de las ocupaciones más usuales de dicha población. Pero no fue tras la conquista de la ciudad por el rey cristiano Alfonso VI de León y Castilla en 1083, como enclave táctico mililtar para iniciar la reconquista de Toledo, que logró dos años después, cuando aparecen los primeros testimonios escritos atestiguando la presencia hebrea en la pequeña Magerit.



Durante el reinado de Alfonso VII, siglo XII, y motivados por las dificultades que los judíos empezaban a sufrir por la intransigencia almorávide en el sur peninsular, muchos de ellos se adentraron hacia tierras y ciudades castellanas, ya reconquistadas por los cristianos, entonces más tolerantes con la diferencia hebrea. Instalándose en Toledo y otros en Madrid.

Ya a mitad del siglo  XII y principios del siglo XIII, se localizan los primeros testimonios escritos, basados sobre todo en documentación personal, donde se confirma un significativo crecimiento de la población judía madrileña. Es en 1202, cuando se confirma esa presencia de hispanohebreos en Madrid, a  través de las claras alusiones en el  “Fuero de Madrid”, que dictó el rey Alfonso VIII en Toledo).



La judería madrileña no consta de límites definidos a lo largo de estos siglos; Hay autores que determinan una mayor presencia judía durante estos siglos bajo medievales en los alrededores de lo que fue el alcázar árabe, donde hoy se halla la Plaza de Oriente y la Catedral de la Almudena. Otros autores consideran que sería la zona del rastro donde se hallaría la mayor concentración de población judería. 


Sin embargo, la inestabilidad geográfica que ha marcado gran parte de la historia judía, no fue ajena  en la península, y a finales del XIII, después de un largo y fructífero periodo de desarrollo y cooperación, fue acrecentándose con el discurrir de la siguiente centuria, finalizando en la última década del siglo XIV, principalmente por el azuzamiento antijudío del Arcediano de Écija, Fernán Martínez, quien hacia 1387 empezó a mostrar abiertamente su aversión, a través de encendidas oratorias en las que incitaba a demoler las sinagogas que había en Sevilla; y que se limitase la población judía a alojarse en una única ubicación o aljama, con un claro intento de apartar a los judíos del resto de la población cristiana. El acoso se extendió  a otras localidades andaluzas, a Toledo y a las dos Castillas, y los judíos de Madrid no se salvaron de la revuelta social alentada por Fernán Martínez. Y al igual que en el resto de reinos castellanos, se proclamaron leyes que hicieron que los judíos tuvieran que vivir en barrios separados del resto de la ciudad. En Madrid este barrio o aljama sería El Avapies, o lo que más tarde se conocería como Lavapies.



También hay autores que indican que la comunidad judía pudo ubicarse  en torno a la plaza de la Cebada y otra o tal vez la misma, en los alrededores de la plaza de Tirso de Molina.


Pero sin duda, la población judía llegó a tener una gran significación social, pero aunque ningún estudio se ha arriesgado a cifrar con precisión, aunque el simple hecho de la cuantiosa tributación en maravedíes que llegaron a aportar testimonia su densidad. Destacó la presencia judía con reputados médicos, abogados, humanistas o administradores de bienes, y fueron ocupando significativamente estratos sociales.


En 1481, el Concejo madrileño promulga una orden referida a los judíos en la que se les ordena que todos lleven una “rodela encarnada” sobre el hombro, aunque dicho de la siguiente manera:
        “ Que todos los judíos de Madrid et su tierra… ninguno non sea osado de andar syn señales…Esto no se ha de estender a los niños, los quales non han de traer señales.”

Y también se les ordena:
“A los carniceros de los judíos e moros non pueden vender carnes algunas a los christianos…salvo sy si fuere por defecto dellos que non den buena carne.”

Es también en 1481 cuando se promulgan  las leyes de apartamiento en Castilla, por lo que el Concejo de Madrid, dicta la siguiente norma:
“ Porque la contínua conversación y bivienda mezclada de los judíos y moros con los christianos, nos resultan grandes daños e ynconvenientes…
Hordenamos y mandamos que todos los judíos y moros…tengan sus juderías y morerías distantes e apartadas…e non moren a bueltas con los christianos ni en un barrio con ellos.”

Pero como dice ese refrán castellano, “hecha la ley, hecha la trampa”, encontramos en documentos del propio Concejo con excepciones a las normas. Se autoriza a Rabí Jacó, afamado médico, a no llevar señales distintivas y a vivir en las zonas cercanas a sus nobles pacientes.

También es curiosa una proclama del Concejo en la que se insta a todos los habitantes de la villa a que participen en las fiestas del Corpus Cristi, y que para ello, “los moros e los judíos saquen el dicho día los moros sus juegos e danzas, e los judíos su danza.”

Existe otro documento que nos dice: 
Otrosy, acordaron que, porque los judíos eran muy pobres e miserables y no tenían facultad para fazer casas e cercar el dicho su apartamiento, que la Villa les cerque de dos tapias en alto el dicho apartamiento.”

En 1482, ordenó el rey Don Fernando hacer un censo de judíos madrileños, “para cobrar dellos un castellano (480 maravedíes) de cada judío casado o biudo o biuda” para sufragar la guerra de Granada.


Hay constancia en varios documentos de algunos de los oficios que desempeñaban los judíos madrileños, por ejemplo, Abraén Cidre, carnicero que tenía una tabla de carne de vaca, Hayn Lerma, Mair de Curiel y Jucaf Barbaza, traperos y especieros, que obtuvieron licencia para vender fuera de los apartamientos, “que puedan tenerse sus tiendas e trato solamente de día en los lugares e tiendas do bien visto fuere al corregidor, tanto que de noche se vayan a los cercos y aparatamientos que tienen, a estar de noche con sus mugeres e hijos.”

También hay noticias de Mosé Cohen, arrendador y recaudador mayor de alcabalas y tercias de la villa y tierras, o Jacó Lerma, arrendador de la renta del trigo, y hay testimonios de otros muchos, Carrión, Rabí Losar, Rabí Jacó, Rabí Océ, Rabí Mo, Don Huda o el maestre Zulema.

El 31 de Marzo de 1492, se promulga el edicto de expulsión dándose cuatro meses para que, de no convertirse al cristianismo, abandonasen los reinos españoles. Ésto obliga a que los judíos tengan que malvender su propiedades, como es el caso del judío madrileño Rabí Losar que: 
“quél tiene una casa a la puerta de Guadalajara por cient maravedís de censo y él la quiere vender y le dan por ella quinientos reales. Que ge lo notificava e notifico (se refiere al Concejo) para que si lo quisieren por el tanto, que lo tomen antes que otro alguno; dixeron que la Villa no la quería, porque no tiene para comparalo”.

 Un aspecto que  por anecdótico no deja de ser dramático, es que con la expulsión, la villa se queda sin médicos, lo que supone una auténtica catástrofe, asunto que se soluciona dos años más tarde con la vuelta de éstos a Madrid, eso sí, ya convertidos al cristianismo.